Del gran jefe chichimeca y cosas peores

Publicado en 29 Mayo 2015

Con fecha 19 de mayo de 2015, una cadena informativa nacional (enlace) transmitió una nota comunicando las lamentables expresiones del actual presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, con respeto de comunidades chichimecas del país. La falta de educación –en el sentido estricto de la palabra- del funcionario mejicano fue una bofetada para el pujante indigenismo que continuamente reivindica los derechos de los indígenas.

Y sin embargo el indigenismo es un arma de guerra. Permítaseme una explicación:

Existe un serio problema en nuestro país con la noción de “indígena”. No creo ser el primero en notar cómo, a pesar de la supuesta preocupación integradora de la mal llamada “política” mexicana; a pesar de los eufemismos con que desde el sexenio 2000-2006 se expresa la clase mediática mexicana, existe un verdadero sesgo trazado por quienes están al frente de la esfera político-mediática, entre los pertenecientes a las culturas ancestrales que alguna vez ”dominaron” la tierra que ahora llamamos Mejico y quienes -la mayoría- somos mestizos.

Desde la noticia radiotransmitida, hasta la propaganda política del monigote en boga (ya hablaremos también de ello), el término indígena sirve para todos los gustos: para diferenciar al natural de la comunidad del “ladino” invasor de sus tierras; para generar aplausos y lágrimas en el meeting, mientras se abraza a una habitante de los Altos y se buscan votos; para legitimar un movimiento armado que ha acentuado la distancia entre “ellos” y “nosotros”; finalmente, para abofetear nuestra historia, nuestras raíces y nuestra identidad.

En realidad, es necesario reflexionar sobre lo que tal concepto significa y sus implicaciones en el desarrollo de nuestra identidad nacional:

Un diccionario etimológico definirá la palabra indígena como propio del lugar. Propio del lugar es lo que en él nace y en él se desarrolla. Lo que en el lugar deja huella. Lo que es representativo de allí. Lo que lo hacer ser lo que es, aquí y ahora. Lo que pertenece a Méjico como propio es, pues, … los mejicanos.

Es decir que, si buscamos ser totalmente coherentes con la definición de tan, para algunos, preciado concepto, deberíamos entender que indígenas somos, en nuestro país, todos los que por nacimiento pertenecemos a él.

Y esto es un hecho porque somos todos quienes definimos quien es nuestro país, sus costumbres y tradiciones, su cultura y su arte. Distinguir arbitrariamente a quienes se sigue llamando indígenas y a los otros, es una necedad que sigue trayendo consecuencias. La principal, la falta de una verdadera identidad mexicana.

Frente a la serie de problemas que día con día encontramos en nuestra nación y que, ingenuamente la gente cree poder solucionar gracias a la participación “democrática” que el, en su momento, IFE tanto promocionó, solamente la toma de conciencia de nuestra verdadera identidad puede ser una fuente segura de resolución y de avance. Parece que nos contentamos con la ya clásica imagen del mejicano perezoso, “tranza” y briago, “panzudo” por tanta cebada y fanático del fútbol y de la lucha libre; en su carácter menos “alegre” la imagen de nuestro país como hogar de la corrupción no es menos dañina. Imposible encontrar un objetivo real como nación si continuamos a atenernos a la clásica imagen del mejicano “chingado”, cíclicamente condenado a seguir siendo pisoteado.

Imposible sacar al buey de la barranca sin una justa comprensión de nuestra historia y de la formación de nuestra identidad:

La leyenda negra antiespañola se ha esforzado, con éxito, en presentar como único rasgo característico de la Conquista la brutalidad del colonizador español, quien, en nombre de una religión y del llamado eurocentrismo, se permite destruir la cultura y tradiciones de un pueblo ancestral, en oposición al dulce y manso indígena a quien su nación ha sido arrebatada. Se habla de un Méjico mocho; de un Méjico ultrajado; de un Méjico conquistado y dominado por lo bárbaros barbados.

Se olvida (voluntariamente), sin embargo que no hay tal Méjico; el simple sentido común nos recuerda que antes de la llegada de los españoles, los pueblos que habitaban lo que hoy denominamos nuestro país no formaban una nación ni vivían como tal; eran pueblos más o menos independientes quienes, las más de las veces, eran acosados y atacados por los aztecas, ellos sí, verdaderos agresores de la dignidad humana en nombre de una religión (cf. las guerras floridas y los sacrificios humanos). Se olvida (también voluntariamente) que antes de la llegada de los españoles no había ni Méjico ni mejicanos. En realidad, un rápido recuento histórico y de sentido común bastaría para dejar claro de una vez por todas que Méjico es el resultado de la unión de dos culturas, la española y la, en su momento, nativa; y que mejicanos hay que llamar quienes somos el resultado de la mezcla de las dos sangres, los mestizos, pero de igual modo a todo aquel que pertenezca de manera más o menos pura a esas antiguas civilizaciones, al mismo nivel que cualquiera que por alguna cualquier causalidad haya permanecido más o menos español. Mejicanos somos todos, pues: morenos, más morenos y blancos; mestizos, autóctonos y “criollos”. Pero todos, en la medida en que, como buenos mejicanos, asimilemos la cultura de nuestra nación, entendiendo que Méjico es el resultado de lo nativo y de la Madre Patria, somos indígenas mejicanos.

Cabe dejar la puerta abierta hacia la consideración histórica de las colonizaciones en general. Mientras se asume como un hecho el proceso de colonización y sometimiento de prácticamente todo el mundo por las naciones, en su momento, más poderosas (Roma, Macedonia, Persia, Egipto, Inglaterra, Francia); mientras se aplaude a Alejandro de Macedonia, a Atila, a Napoleón Bonaparte, etc. por sus campañas militares; mientras se entiende que en la condición humana misma radica el deseo de comunicar sus valores fuera de sus fronteras y que el proceso mismo de la Historia incluye la expansión territorial y la colonización de otros pueblos; mientras fuera de nuestras fronteras se admira secretamente y con oculta envidia a España por la hazaña de dar su cultura y su lengua a todo un continente, somos nosotros, los hispanoamericanos quienes preferimos sumirnos en la mediocridad del rechazo de lo que es más profundamente nuestro, nuestra cultura mestiza.

Mientras se continúe reivindicando la grandeza de esos pueblos por ellos mismos, independientemente del país del que forman parte, seguiremos viviendo en una realidad muy parecida a la de las comunidades separatistas españolas y francesas.

Quienes por un lado mantienen el término indígena para un sector más o menos marginalizado de la sociedad (y habría que entender de una vez por todas que, a pesar de la hipócrita actitud de quien se rasga las vestiduras por los dires del embustero Las Casas, es nuestra época y nuestra actitud quien realmente los imagina como seres con menor valor humano) y quienes enarbolan la bandera del Méjico sometido por España–la mayoría de los Historiadores fieles a la SEP- son dos ramas de un mismo mal que se llama la Leyenda Negra.

Es necesario entender que somos todos parte del mismo barco y que es responsabilidad de todos el trabajar a enderezar la ruta. Que no hay pasajeros de segunda o menor clase en la nave mexicana, sino que todos somos indígenas responsables de nuestros actos, sin importar quien se encuentra en nuestro árbol genealógico.

Es necesario entender que a pesar de las pretensiones de la clase mediática no existe ninguna integración entre los habitantes de nuestro país. Somos nosotros mismos lo más injustos para con nuestros hermanos “autóctonos”, somos nosotros mismos quienes mantenemos el sesgo que, contrariamente a lo que se cree, los evangelizadores y colonizadores españoles intentaron evitar.

En nombre pues del verdadero progreso de nuestro país, no ese que absurdamente se equipara con el avance técnico, sino el progreso que nos hace más Humanos, reestudiemos y aprehendamos nuestra Historia patria, busquemos juntos un mejor Méjico, reencontremos nuestra identidad.

Escrito por Diego OLIVAR ROBLES

Etiquetado en #Filosofía, #dignidad, #ética, #moral, #política mexicana, #democracia en México

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